América y el diccionario

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Una de las innovaciones más destacadas en la 15.ª edición del diccionario académico es la incorporación de voces procedentes de América y de los diferentes países americanos. Si la edición publicada en 1914 incluía siete marcas geográficas en el índice de abreviaturas empleadas –las correspondientes a América, América meridional, Antillas, Colombia, Ecuador, México y Venezuela-, a las que se sumaban en el cuerpo del diccionario las indicaciones de que algunos términos eran propios de Argentina, Cuba, Perú y Chile, el diccionario de 1925 integró doce nuevas marcas -concretamente, América central, Bolivia, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Guayana, Honduras, Nicaragua, Puerto Rico, Paraguay, Río de la Plata y Uruguay- que denotan el interés de la Real Academia Española por aglutinar en la obra académica una muestra notablemente superior de léxico propio del continente ultramarino.

Este interés se evidencia en el número de términos o acepciones que incluyen una marca geográfica que los identifica como americanos, que asciende en esta edición a 4410. Las marcas con mayor representación en este repertorio lexicográfico son las que señalan los términos como propios de Chile, México, Argentina, Cuba y América. Generalmente, estas voces aluden a realidades variadas referidas a la flora, la fauna, la gastronomía o la vida cotidiana. Junto a estos americanismos se documentan, además, cerca de 350 términos o acepciones que no incluyen una marca geográfica delante de la definición, pero que se refieren a América o a las realidades americanas dentro de ella, y a los que se suman muchos otros en los que se hace referencia a su especificidad de países o zonas geográficas concretas, por lo que el volumen final de voces americanas es notablemente superior.

La novedad de estas incorporaciones se aprecia, además, en que un número importante de estos americanismos tiene entrada por primera vez en la lexicografía académica en esta edición del diccionario. Es el caso de voces como cambuí, canalí, cenancle, cipe, enfiestarse, manjarete, tacurú o taludín.

La recepción de la 15.ª edición del diccionario académico en América suscitó numerosas muestras de entusiasmo -también alguna crítica-, no solo por el elevado número de americanismos incorporados, sino también por ver reflejadas en sus páginas las propuestas realizadas por especialistas americanos. Estas propuestas guardan relación con cuestiones como el origen etimológico de las palabras o el uso autorizado de las voces por escritores de prestigio. Testimonio de ello es, por ejemplo, el resultado del cotejo de las Voces chilenas de los reinos animal y vegetal que pudieran incluirse en el Diccionario de la lengua castellana, y propone para su examen a la Academia chilena José Toribio Medina Zavala (1917) con el diccionario de 1925, donde se aprecia la aceptación de muchas de las propuestas por parte de la Academia, como ejemplifican belloto, clarín o mote. También se descubren en esta edición del diccionario algunas de las informaciones aportadas por el colombiano Rufino José Cuervo en sus Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, como destaca José Will (1945), que alude a su influencia en las innovaciones que presentan voces como alzafuelles, butaca o sinvergüencería.

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