Tía Anica la Piriñaca (1899-1987), cuyo nombre de pila fue Ana Blanco Soto, es una de las personalidades de la música gitano-andaluza más importantes del siglo
XX. Nacida en Jerez de la Frontera, su aparición en la escena pública del cante fue tardía, a pesar de que su valía siempre fue reconocida en el ámbito familiar. Educada en la escucha de grandes voces del flamenco como Tío Borrico o Tío José de Paula, pasó a la historia después de que Antonio Mairena y, más tarde, Caballero Bonald o José Luis Ortiz Nuevo prestaran atención a su figura y decidieran otorgarle la visibilidad que
Por ser mestiza –entreverá, en el lenguaje del acervo jerezano–, la figura de Tía Anica la Piriñaca ha sido deshonestamente instrumentalizada por ciertos sectores antigitanos de la flamencología convencional que pretenden borrar el protagonismo gitano en la creación y codificación artística del llamado flamenco. Sin embargo, en vida, Tía Anica nunca fue considerada una cantaora gadji, sino que fue celebrada como un baluarte del cante gitano jerezano por los y las artistas gitanas más importantes de su tiempo. El mestizaje entre gitanos y no gitanos representa una realidad cotidiana y ancestral en la baja Andalucía, lo cual no quiere decir que idealicemos las relaciones interraciales desgajándolas de los contextos racistas en las que se producen. Es sobre todo la mirada antropológica oficial, comprometida con su arcaico legado colonial, la que mide la identidad cultural de los individuos en base a estrictos y desfasados paradigmas de pureza ‘racial’. Lo cierto es que Tía Anica la Piriñaca nació en el seno de una familia romaní, se crió y vivió y murió entre romaníes, y aprendió con maestría los principales estilos tradicionalmente gitanos del cante jerezano. La evocación de la sangre, ‘Cuando canto a gusto, la boca me sabe a sangre’, por muy incomprensible que pudiese parecernos desde una perspectiva contemporánea, es evocación de la herencia ancestral. Con esta poderosa metáfora sanguínea, Tía Anica, se afianzaba en la conciencia de estar siendo fiel al legado artístico transmitido. En el caso gitano, el cante, el toque y el baile, como plasmaciones artísticas de la memoria familiar y comunitaria, funcionan desatando emociones y estados físicos difícilmente descriptibles que anudan dolor y gozo, cumpliendo un papel de catarsis a través del que se sanan las heridas infligidas.
«Cuando canto a gusto, la boca me sabe a sangre».
