Testimonis
Deixem que parlin elles mateixes:
Conxita Grangé Beleta
Llegamos a Ravensbruck el 9 de septiembre. Fuimos a parar al bloque 22, el más sucio. Allí estaban las gitanas. Nada más entrar, un olor nauseabundo se nos agarraba a la garganta; era terrible; los piojos, chinches, de todo había allí. Una jefa de bloque era polaca y mala como un demonio.
Al llegar al campo pasamos a las duchas, desinfección, todo el proceso rutinario (……) Allí hicieron la selección. Se quedaron con las que éramos jóvenes y podíamos trabajar; tuvimos la suerte mi tía, mi prima y yo de no ser separadas, pues no llevábamos el mismo nombre. En principio separaban las familias; fuimos a parar al comando de Auberchevaide, en la barriada de Berlín. Nos pusieron a trabajar en material de aviación; hacíamos acumuladores de aviación; trabajábamos a la “chaine”.
El trabajo no era demasiado; lo terrible era el trato que nos daban. En Ravensbruck he visto las “oficerinas” pegar con los látigos que llevaban; pegaban a las que pisaban los bordes de las barracas, pegaban a los niños, que chillaban, hasta que perdían el sentido, y después en las salas de exterminio a los que jamás volvíamos a ver. Los golpes, el ladrido de los perros, los silbidos, las “listas” a las tres de la mañana, durante tres horas, las “blokobas”, las “Aufseherinen”; yo recuerdo haber visto el 9 de septiembre en Ravensbruck carámbanos de hielo que colgaban de las barracas; hacía un frío horrible; mal vestidas y sin comer. Permanecíamos tres horas inmóviles; al terminar nos daban una especie de café, que no era café ni mucho menos. Muchas mujeres caían en las filas, y un día vi a un oficial alemán con un perro, tirárselo encima a una mujer para hacer que se levantara. Sólo con recordarlo me entran ganas de llorar. Fue horrible, le habían mordido en las piernas, en los muslos, la colgaban pedazos de carne. Ésto y los niños golpeados y que desaparecían, es la visión más terrible que guardo de Ravensbrück. También eso de ver los pequeños judíos, que los hacían marchar en filas como a nosotras, los hacían cantar y los llevaban directamente a las salas de exterminio (...)
Al llegar, la impresión del campo de Ravensbrück fue terrible; lo contrario que el campo de Dachau, que era un poco más alegre. Había sembradas flores. Bien seguro que yo no vi el interior del campo, sólo vi la entrada y el comedor de los oficiales, pero en Ravensbrück todo era siniestro, el camino de piedras, el campo negro, el águila enorme, llegamos cerca de las seis de la tarde; al bajar del tren, dos filas de SS con los perros. Fuimos a dormir a las duchas; antes nos hicieron que nos desnudásemos y desfilar ante un oficial SS, sentado en un sillón de mimbre, mirándonos a todas. Total, nos miraron los dientes, dos o tres veces nos hicieron el mismo examen, a pelo todo el mundo.
Después fue cuando nos destinaron al comando de los alrededores de Berlín, conmigo estaba María Santos, mi tía y mi prima. Nos pusieron en un convoy de belgas, donde permanecimos durante unos meses; empezaron los bombardeos, cada vez más fuertes; tocaron nuestra fábrica: una barraca de madera de dos pisos, a orillas del río Spree; en ella trabajábamos unas 500 mujeres. Nos quedamos sin electricidad (estábamos rodeadas de cables eléctricos).Trabajábamos doce horas de día y doce horas de noche. Una semana en que trabajaba de noche, al llegar las seis de la mañana, una “oficerina” me cogió de los pelos (que ya habían crecido un poco) y me acusó de sabotaje.
Mi trabajo consistía en controlar las piezas. Yo las dejaba pasar sin controlar, en el tapiz sin fin, pero teníamos que vigilar que no nos vieran los SS. Esto lo hacíamos todas, pero aquel día fuimos cogidas tres, una holandesa, una belga y yo. Al llegar al bloque nos dieron los seis bastonazos y nos cortaron el pelo a rape; tuvimos la suerte de que había bombardeos, porque normalmente no se hacía así.
Esperaban a los días de descanso, ponían a todo el mundo en fila y fuera del bloque, como siempre de noche, con el frío, la nieve, la lluvia, de pie, nos quitaban toda la ropa y quedábamos desnudas; decían que era para desinfectarlas, pero no era verdad, porque la dejaban detrás de la puerta hasta que volvíamos a entrar y la encontrábamos como la habíamos dejado. El castigo era de veinte a treinta golpes de bastón dados por una presa; las voluntarias para eso eran de derecho común, casi siempre polacas y alemanas.
Hay que decir lo que significaban los colores de los triángulos: el rojo era político; el verde, derecho común; el negro para los homicidas; las judías, a causa de su religión, estrella amarilla, allí estaba todo mezclado. Las que daban los bastonazos tenían un plato de sopa suplementario; el día en que nos pegaron; nos dieron seis bastonazos y nos mandaron a dormir. En este "kommando" habían más guardianas mujeres que hombres, pero por un sí o por un no, todo eran castigos (por el ruido, por cantar).
Nos ponían de pie fuera del bloque, después de doce horas de trabajo y por comida una sopa malísima al mediodía hasta las diez de la noche. Hacía tanto frío, que el río Spree estaba casi siempre helado; el día de descanso se cambiaba el equipo, pero de descanso había poco, pues nos hacían pasar horas interminables de "Appel", o nos dejaban fuera de la barraca, con la excusa de la desinfección; pero las que tenían que hacerlo, se pasaban el día escondidas, riendo, y al entrar encontrábamos la suciedad como antes.
Tuvimos una temporada terrible de disentería, provocada por la mala comida; atacó a todo el mundo. Hay que comprender en qué estado estaríamos 500 mujeres con una diarrea terrible y con cuatro váteres solamente. Había excrementos por todas partes; muchas no tenían tiempo de bajarse de la cama, pues eran camas de tres pisos, o sea que caía por el suelo, o encima de las deportadas. Esto llegó 2 veces en 10 días de intervalo, es la única vez que se limpió la barraca a fondo.
Como los bombardeos duraron todo el día, nos escapamos y nos encontramos todas fuera del campo; las bombas caían por todas partes, pues los bombardeos eran muy severos; nos fuimos a través los campos y fuimos a caer en un campo de STO donde había francesas. Nos dieron pan y margarina y un poco de salchichón.
En aquellos bombardeos tuvimos muchas bajas; principalmente entre las belgas hubo muchas muertes. Mi prima ya no estaba con nosotras, cayó enferma y volvieron a llevarla a Ravensbrück, y cuando regresó, nos enteramos de que, al llegar a Ravensbrück, la llevaron al campo de Berguen-Belsen. Entonces yo estaba con mi tía y mis otras camaradas; mi tía y yo estuvimos juntas hasta el último día del éxodo alemán. Los SS nos cogieron de nuevo, y como nuestro campo fue destruido, nos llevaron durante tres días a unos subterráneos infectos, sin luz ni aire; el agua caía por los muros; sólo nos sacaban unos minutos al día. Aquello también fue malo.
Dins: Català, N. (2015). De la resistencia y la deportación : 50 testimonios de mujeres españolas = De la resistència i la deportació : 50 testimonis de dones espanyoles. Barcelona: Memorial Democràtic, p. 356-360.
Neus Català i Pallejà
Al cap d’una setmana d’estar allà a nosaltres també ens van fer pujar a un tren. No ens van dir a on ens portaven, però nosaltres ja sabíem que existien els camps. En deien el tren de les 27.000 perquè hi havia 1.000 dones numerades del 27.000 al 28.000. Eren trens de bestiar amb unes cent persones dintre, amb una mica de palla, i no et donaven menjar ni res.
Feia molt de fred, com més al nord més fred. Teníem un cubell per fer les nostres necessitats, però amb el sotragueig del tren les porqueries et queien al damunt. Anàvem apretades com sardines. Nosaltres vam estar cinc dies de viatge i durant el trajecte miràvem per l’espitllera i anàvem llançant paperetes amb missatges. Sabíem que molts ferroviaris es jugaven la vida si recollien aquelles paperetes i fent-los arribar a les nostres famílies, perquè sabessin que érem vives i on paràvem. Però quan vam veure un cartell alemany amb lletres gòtiques vam entendre que ja no feia falta tirar més paperets…. Ja havíem caigut a la trampa, ja no hi havia fugida.
Vam arribar de nit, cap a les tres de la matinada. Ens van fer baixar a bastonades, però algunes ja eren mortes. Ens van fer anar corrent per un camí fins a l’entrada del camp i allà ens esperaven deu SS per cada costat amb deu "aufseherinnen" i deu gossos llops. Els reflectors ho il·luminaven tot perquè era de nit, però el réflex de la llum i el gel feien brillar el terra del camp, que era d’escòria negra. Jo pensava: «És una llum negra! Però què és això?» Entraves allà i deies: «Entres en un món que no és el món.»
Què vaig sentir en aquells moments? Jo no ho he pogut explicar mai, i veig que a altres companyes els ha passat el mateix, no ho podem expressar. És una cosa tan íntima, tan profunda, tan grossa, tan tètrica... No hi ha paraules per a aquell sofriment moral, aquell sobtament d’entrar allà... Sorties del món, allò ja no era el món. Era el 2 de febrer de 1944.
Ens van fer passar pel carrer central del camp, la "strasse", i en aquell moment les presoneres sortien a l’"Appell", al recompte. Aquelles dones eren cadàvers que ens miraven, noms vells ulls i calaveres. Nosaltres dèiem: «Però això què és? Hi ha mortes que ens estan mirant!» Nosaltres estàvem astorades i elles també perquè veure arribar 1.000 dones de cop...
Dins: Armengou, Montse., & Belis, Ricard. (2007). Ravensbrück, l’infern de les dones. Angle Editorial : Televisió de Catalunya. p. 66-67
Ravensbrück (Puente de los cuervos). ¿Quién será capaz de describir un día la primera impresión? No he encontrado a nadie que haya dado la respuesta, ni por aproximación, de lo que sentí al traspasar las puertas de un campo de exterminio. No se han inventado palabras para describirlo. Nunca podrá salir de los labios de un deportado la intensidad de nuestro ser moral.
Dante no vio nada; reposa en paz en Rávena. Tu genio no queda rebajado, porque tú, en tu infierno, no pudiste imaginar lo impensable. Al de Ravensbrück bajarían muchas compatriotas tuyas: Rosa Cantoni, Lydia Rolfi, la princesa Marfalda, hermana del rey Humberto, que moriría agotada en Bergen-Balsen...
Los que tuvimos la suerte de volver y recordar que todo lo soportamos por un ideal bello, que da todo el sentir al ser humano, que hace sentirse infinitamente superior al verdugo, hemos podido soportar con el corazón herido nuestra reinserción en la vida normal. Los más afectados física y psíquicamente murieron o se dejaron morir; algunos se suicidaron. ¿Quién podrá llegar al fondo de nuestra tragedia, si nosotros mismos no somos capaces de expresarla?
Entre las tres y las cuatro de la madrugada, dos toques de sirena. El primero para levantarse, el segundo para formar a la Appell Platz (plaza central para el recuento); atravesamos la puerta de Ravensbrück de cinco en fondo delante de los nuevos torturadores sedientos de sangre y cruelmente sádicos más allá de lo increíble. ¿Eran verdaderamente seres humanos?
Dins: Català, N. (2015). De la resistencia y la deportación : 50 testimonios de mujeres españolas = De la resistència i la deportació : 50 testimonis de dones espanyoles. Barcelona: Memorial Democràtic, p. 48-49.
Mercè Núñez Targa
El moment més trist va ser el de l’entrada. Quan vam veure aquells presos que semblaven fantasmes vam entendre perquè no sabíem res dels resistents que s’emportaven, i va ser assumir: «Això és el que ens faran a nosaltres.» Però, per a mi, el més dur era l’"Appell", especialment els de càstig. Jo he arribat a estar dotze hores dreta! Era molt humiliant, perquè allà ja no et senties combatent, allà estaves destruït. Pensaves: «Sóc una pedra, sóc una bèstia. Estan pegant a una companya i no em puc moure per agafar-la.» Ho feien com a càstig però també com una forma... de destrucció, de destruir aquell esperit combatiu que teníem. Aquest és el record més penós, molt més que les bastonades que ens poguessin clavar.(…)
Dins: Armengou, Montse., & Belis, Ricard. (2007). Ravensbrück, l’infern de les dones. Angle Editorial : Televisió de Catalunya. p. 94-95.
Els nens: Esfereïts pels crits, les empentes i els maltractaments, aquells petits havien après ja a no moure un peu ni una mà i a no plorar encara que tinguessin gana, por o fred. ¿Sabien el que els esperava al cap de ben pocs dies, ho endevinaven? Recordant la tristesa profunda dels seus ulls, uns ulls d’adult que et trasbalsaven, jo penso que sí. El record d’aquells nens jueus és com una ferida permanent, mai no guarida, per a nosaltres, les deportades. Per això quan algú, en nom seu, té la barra de justificar altres genocidis, em fa mal com si els veiés assassinar per segona vegada.
Dins: Armengou, Montse., & Belis, Ricard. (2007). Ravensbrück, l’infern de les dones. Angle Editorial : Televisió de Catalunya. p. 105.
Marie Jo Chombart de Lauwe
El juliol de 1943, cinquanta-vuit dones de Rennes, entre elles la meva mare i jo, som deportades al camp de Ravensbrück en un tren de passatgers que tenia totes les finestres enreixades. Com que ens consideren preses polítiques perilloses, durant el viatge ens escorten una gernació de policies.
No tenim ni idea d’on ens porten; no hem sentit parlar mai dels camps de concentració. El tren s’atura a l’estació de Fürstenberg, un poblet idíl·lic al costat d’un llac, on mai no ens hauríem imaginat que hi regnés l’horror que després ens va tocar viure a l’altre costat de l’estany, al camp de Ravensbrück.
Caminem des de l’estació al camp. Només d’arribar l’ànima ens cau als peus quan veiem les presoneres que tornen al camp després de tot un dia de treballar a les fàbriques. Són com ànimes en pena, amb els cabells rapats, les robes destrossades, tan primes que semblen esquelets... És un espectacle espantós i a la vegada un missatge clar de quin ha de ser el nostre futur immediat.
Ens fan entrar a la dutxa. Allà ens ho prenen tot: la roba, les joies, les fotos..., tot. Ens escorcollen de dalt a baix, fins i tot a l’interior de les nostres parts més íntimes. Quan sorties d’allà no eres més que un número. Era el que jo anomeno la primera part de la deshumanització. Des de llavors ja no érem dones, érem un simple número. Ens empenyien com a bèsties, totes nues com anàvem. Era una humiliació terrible, perquè en aquella llarment m’afectava molt veure la meva mare de cinquanta-quatre anys tractada d’aquesta manera. Era un xoc terrible: mai ningú ens havia tractat així, i temíem que el pitjor encara havia de venir (…)
La primera feina que em toca fer és aplanar camins amb la piconadora, un inmens corró de formigó que hem d’arrossegar entre diverses presoneres. Quan no ho fem prou ràpid, les SS ens peguen amb les seves porres. Treballem en una carretera de terra i quan no arroseguem la piconadora ens toca transportar sacs de sorra amunt i avall.
Més endavant vaig treballar a la Siemens, que ens utilitzava com a mà d’obra esclava. Moltes d’aquestes empreses es van enriquir a costa nostra. Érem dones esclaves i treballàvem per a ells dotze hores al dia sense cobrar cap sou. Estàvem en cadenes de muntatge on fabricàvem peces per als avions de guerra i per a les bombes, com les temibles V1 i V2 que feien servir els nazis per bombardejar les ciutats aliades.
Quan podíem fèiem petits sabotatges, però havíem de ser molt discrets, perquè si t’enganxaven ja estaves condemnada. Un cop, una companya va sabotejar una máquina sencera i la van enxampar. La van afusellar a ella i a dues companyes més.(….)
A finals d’estiu de 1944 em destinen a la infermeria perquè jo havia cursat algún any de medicina. En aquella época hi ha una gran abundor de nadons, tot i que molts són assassinats al mateix momen de néixer. Només deixavan viure el fills de les alemanyes no jueves; els altres els submergien en un pou d’aigua gelada o els esclafaven contra la paret… Els metges SS també s’entrenaven fent cesàries innecessàries que acabaven sovint amb resultats funestos per a la mare i el fill, o feien avortar les mares abans dels nous mesos. Tot això ho han reconegut les mateixes SS en els judicis que se’ls va fer un cop acabada la guerra.
El mes de setembre, però, canvien d’estratègia i deixen de matar els nadons. En donen una petita habitació de la infermeria i em trien a mi i a dues deportades més per ocupar-nos d’aquells nens. És allà on jo conec la part més dura del camp de concentración, perquè se’ns morien gairebé tots. No teníem res per tractar-los com calia. Era horrible veure aquelles pobres criatures!
Dins: Armengou, Montse., & Belis, Ricard. (2007). Ravensbrück, l’infern de les dones. Angle Editorial : Televisió de Catalunya. p. 155, 157-159.